Invitados de honor

miércoles, 13 de mayo de 2009

el camino

Aquí muero, este es el final. Pero no estoy triste porque, como veréis, éste es también el principio, donde renazco y todo puede volver a comenzar.

Veréis, os contaré algo sobre mí, todo empezó en un pequeño claro de un bosque de árboles de profundas raíces y frondosas copas, donde hacían sus nidos pájaros de multitud de especies diferentes. Siempre se oían trinos y gorjeos repletos de vida y regocijo que alegraban a todo ser viviente que anduviera por aquellos parajes. A aquellas aves cantarinas les gustaba mucho este lugar pues los árboles eran muy verdes y fragantes, y el claro estaba alfombrado de hierba fresca que escondía pequeños insectos entre sus briznas y las flores crecidas, donde se posaban coloridas mariposas.

Era un lugar bendecido por la armonía y la quietud, siempre iluminado durante toda la primavera por un disco de oro cuya luz sorteaba las ramas de la arboleda y se dejaba caer hasta el mullido suelo.

He aquí que, enclavada en este remanso de verdor, había una casita donde vivía una señora con los años pintados en el pelo y la pena asomada ala mirada. Una vez oí decir a alguien que era una bruja pero yo sé que esto no es cierto, solamente es que le gustaba la soledad, y eso no es malo, ¿verdad que no? Yo he visto muchas cosas, mucha gente, pero siempre he estado solo, y nadie dijo nunca de mí que sea una bruja.

En fin, como os iba contando, esta mujer mayor es la que me dio vida, ella me creó porque cuando ella llegó aquí yo todavía no estaba, y desde entonces comencé a estar. ¿Qué otra explicación puede haber? Fueron sus pasos vacilantes los que me dieron lugar a fuerza de caminar día tras día de la casa al arroyo, del arroyo a la casa. Porque no muy lejos corría un riachuelo, por si no os lo había dicho aún, para hacer todavía más bonita la estampa.

Es verdad que no fueron tiempos muy emocionantes los de aquellos días, pero fueron mis primeros tiempos, sencillos y alegres, y me gustaba aquel claro y el arroyo que fluía inexorable, con sus murmullos de agua. Estaba muy tranquilo allí, bajo la sombra de los jóvenes árboles, en la pacífica compañía de los animales silvestres.

Pero no estábamos solos, había más gente que acudía a recoger agua cristalina del arroyo para llevarla hasta sus casas, en la aldea cercana al bosquecillo, y hasta allí me llevaron sus pasos, ligeros a la ida, lentos por ir cargados a la vuelta, y la frecuencia de sus múltiples viajes a por el necesario líquido.

Fue allí donde tuve algunos de mis momentos oscuros, pues no pasaron desapercibidos para mí los instintos de la pequeña porción de humanidad contenida en aquel pueblecito. La paz y la tranquilidad se transformaron en este punto en ajetreo ruidoso, idas y venidas apuradas, correteos de niños. Al principio no comprendí esta alteración sin motivo aparente y, acostumbrado a la quietud de mi claro, me molestaban sobremanera los gritos, las palabras, el escándalo que formaban las personas, mas después comprendí , o aprendí, que en esto residía su naturaleza.

Desde entonces he tenido contacto con muchos tipos de personas, algunas de buen corazón y carácter benévolo, y otras no tanto. He vivido y visto mucho, pero todavía no soy capaz de aceptar que haya gente que arranque las flores de mis veredas, que tale los árboles que nos dan sombra, o que llenen de surcos mi existir. Amo, sin embargo, a aquellos que encuentran y persiguen su objetivo en mi discurrir. Aquellos que me encuentran ya nunca andarán perdidos. Aquellos que comprenden el verdadero sentido de lo que soy me recorren con respeto al encuentro de lo que les depare la vida, y no importa demasiado si caminan a ciegas porque saben que bajo sus pies estoy yo, y esto basta para guiar su pasos decididos.

3 comentarios:

Soy ficción dijo...

:) Que preciosa hirtoria, me mantuvo intrigada hasta al final, con su sosegada forma de contar su historia. Me ha encantado :)

Javier Fornell dijo...

Muy bonito, Versus

Espérame en Siberia dijo...

Ah, qué bonito :)