Invitados de honor

domingo, 2 de noviembre de 2008

La esperanza en un cajón -3ª parte-

Esperanza no se llama Esperanza, pero a ella le gusta llamarse a sí misma de este modo en la intimidad de su mente. Todo empezó a fuerza de decirse esta palabra cuando comenzó a ser consciente de que cada vez se sentía más desdichada. Cuando todo a su alrededor se oscurecía y su vida se volvía negra, cuando hacía presa en ella la tristeza, cuando su existir perdía sentido, cuando su marido pasaba a su lado sin mirarla… ella se repetía como un mantra: “esperanza…, ten esperanza…” Se lo decía para consolarse, y, con el tiempo, comenzó a olvidar su propio nombre, el que le puso su madre el día que la bautizaron. Quién sabe, quizá si su marido le hubiese llamado de forma cariñosa alguna vez, o si la madre de éste no se empeñase en no pronunciar su nombre como quien evita pronunciar una palabra malsonante, las cosas hubieran sido diferentes.

Siempre queda esa frase: “quizá las cosas hubieran sido diferentes”, pero eso no cambia nada. Las cosas son como son y solo caben dos posibilidades, aceptarlas tal cual, o pegar un puñetazo en la mesa y darles la vuelta. Pero para eso hace falta ser fuerte, y Esperanza no lo es, a Esperanza se le escapó la fuerza el primer día que no consiguió levantarse de la cama de lo que le dolía el corazón, así que se quedó durante horas echando el alma por los ojos y con la pena agarrada al estómago como si le fuera la vida en ello. Y, cuando vio que no le importaba a nadie, lloró un poquito más y luego se levantó para prepararse algo de comer.

Hoy su marido no le ha dado un beso antes de irse a trabajar, ni siquiera se ha despedido. Cuando Esperanza se ha despertado daban doce campanadas en el reloj dorado del salón y se ha encontrado sola en la casa otro día más pero, sorprendentemente, no tenía ganas de llorar ni se ha sentido triste. De hecho, está bastante serena. Ha tenido un sueño y, aunque no lo recuerda, sabe que así entre brumas ha descubierto, ha visto lo que le falta. Hoy no le importa el abandono, hoy ha recibido otra carta y sabe que ya no es invisible.

2 comentarios:

Ayrim dijo...

Que tristeza, joer...que malo es sentirse invisible, a no ser que quieras usar esa habilidad para luchar contra el crimen xD, bromas a parte, me gusta mucho esta historia...y que den puñetazos en la mesa...a ver si lo da...

Eirene dijo...

Una historia de tod@s. Casi puedo ver ese puño golpeando sobre mi mesa y poniéndolo todo "patas arriba". Lo he hecho muchas veces y siempre sale bien. De hecho, las mejores cosas de mi vida han ocurrido cuando he explotado. Y es que, al final del abismo hay un fondo elástico, y cuando ya no puedes caer más, te hundes y rebotas. Esperaré a ver qué hace Esperanza...

Tienes razón con lo de las coincidencias, y hay muchas más. me pareció muy divertido. Hasta pronto.